ES HORA DE VOLVER A CASA
El final ha llegado.
Vuelvo a casa.
El final comienza
en el principio:
Todo principio
comienza en el final.
Todo camino
comienza en el presente, todo amor termina en el principio
Cuando no ha
sucedido en las hondas grietas del cosmos iniciático del ser.
Toda duda
comienza en la certeza y termina en otra parte,
Del otro lado,
del lado femenino del frenético corazón del hombre.
Viví en un país
de pechos armoniosos. En un país cuyos límites sobrepasaron
Las acantiladas
orillas de mi ser. Viví en un país cuya piel de leche submarina
Cuajaba en
porvenir los sueños nubosos del atardecer.
Viví en un país
hecho de nostalgias desde el verbo más hondo. En una encrucijada de amor y
turbulencias, siempre al acecho
De lo que nunca
pudo ser pero fue.
Vuelvo a casa al
final del sueño.
La casa ya no
está en Chambú, en el límite entre la costa y la cierra
De la férrea
niñez que deambuló desde el volcán Chiles
Hasta la piedra
ancha de Piedrancha, pasando por un Guachucal
Cuyo uniforme
azul causó estragos en el primer tramo del camino.
La casa ya no
está en el caserón de Pandiaco donde inicie este viaje de amor
Por el país de
mis sueños, en el Pasto volcánico y triste de las tres de la tarde.
La casa está en
otra parte. No está aquí. Tampoco allá.
Está aquí, en los
recodos portátiles del corazón en llamas.
Tuvo que ser así.
De esta manera supe que las hojas de hierba de Walt Wintman
eran las mismas
que crecían detrás de la casa donde viví mi primera soledad,
junto al corral
de las vacas, los cerdos y las gallinas.
Gracias al trajinar
por el mundo resumido en tu cuerpo
Supe que pescar
en el río Salado y esperar que pique el pez más pequeño
Es lo mismo que
vivir los sentimientos heroicos del Viejo de Hemingway
Y su turbulenta
soledad de verano.
Supe que la
soledad de mi abuela María es la misma de Úrsula Aguarán.
Que la locura de Shakespeare
en la piel de Romeo
Es la misma de mi
locura por Elena
Con las mismas
llagas y las mismas escaramuzas con la muerte de un fiel Ulises
Atascado en el
corazón de Julieta.
Vuelvo a casa al
final del sueño.
Ahora sé que mi
vagabundear pueblerino era el mismo vagabundear de Henry Miller
en París o en
Nueva Orleans. Que los gigantes del Quijote no estaban en España
sino en los
abismos de nosotros mismos.
Que los crímenes
de Dostoievski los cometía yo mismo a la hora de llorar cualquier tropiezo y
que la luna cabe en una mano, y el sol en una luna,
Y que el día es
el otro lado de la noche.
Viví en un país
de puertas abiertas y ventanas cerradas.
Fui prisionero de
circunstancias de guerra y sueños imposibles,
Mendigo de besos,
altanero de estirpe, poeta del subsuelo y de unos ojos verdes
En aquel país
cuyo paraíso tuvo la osadía de fluir desde la vida y la muerte.
Viví en un país
cuyo vientre eterno me regaló tres hijos,
Un par de caminos
sin punto de partida ni señal de llegada
Y un fluir para
siempre.
Viví en un país
de rubia cabellera, y muslos ondulantes.
Viví en un país
de epopeyas dichosas y auroras de corazón alterno.
Viví en un país
cuya alegría nunca dejo de brotar del otro lado
Del dolor de
vivir dentro de una nostalgia azul.
Viví en un país
de manos diminutas y suaves olores a naturaleza infinita.
Volver a casa
después de mucho tiempo.
Ya ahorcaron al
pueblo afgano y a los iraquíes y la Primavera Árabe
No florecerá. Ya
convirtieron la seguridad en ideología
Y el Muro de
Berlín se extendió por toda Europa.
Ya liberaron las fronteras
para las mercancías y el capital
Y las cerraron a
los hombres y las mujeres del mundo.
Terminó el sueño.
Se cerró el camino. Es hora de empezar.
Es hora de volver
al origen, a los primeros llantos
Del mundo donde
aun medíamos las cosas con la fe.
El fin llego al
principio.
No me arrepiento.
Dormí debajo de su lengua soñando con sus pechos
Y escribí poemas
de naufragio en el mar primitivo de su vientre.
Madeimoselle Albertina:
no podré recobrar e l tiempo con un lobo
Estepario durmiendo en el
corazón
sin leer los versos de
Vallejo en la hora más honda
Entre la multitud
solitaria de las tres de la tarde.
La casa ya no está donde
la plantaron los padres. Su muerte física
Arrastró también la casa.
La casa a la que vuelvo
es portátil. La podré llevar a todas partes.
Es una casa vagabunda,
sin raíces, pero es la casa a la que debo volver.
Sólo, arañado de huellas,
salpicado de rejas invisibles,
Heridos de tiempos
pavorosos y rubias cabelleras.
Esta es una casa sin
techo ni paredes. Es el vacío perfecto,
y al vacío vuelvo arrastrando
mi silencio de gritos
Y el país que me vio
subir y caer y contribuyó por igual a las dos cosas.
Debo volver a casa.
Arturo
Prado Lima