Tras
la Cortina de Hierro habrán mujeres hermosas, sublimes, misteriosas,
pensaba Pablo, un madrileño empeñado en no caer en algún vericueto en el
camino hacia la felicidad. El Ballet Ruso que venía a Madrid cada año
traía vírgenes de olimpos lejanos, cada vez distintas. Pablo siempre
estaba en primera fila y no solo en Madrid, sino en Barcelona, Paris,
Roma o Londres, a donde iba tras las guapas bailarinas.
Así
que paralelo a la carrera de ciencias económicas, Pablo se dedicó a
estudiar ruso por su cuenta, con el esmero y vigor de los buenos
estudiantes, todo para casarse con una rusa. Una misteriosa mujer que el
destino ya le habría asignado y que, incluso, lo estaría viendo por
algún agujero de la infranqueable frontera entre el occidente y el
imperio socialista.
Cuando
la Cortina de Hierro se abrió, solita, sin la temida hecatombe mundial,
cientos y miles de rusas, hermosas, sublimes, misteriosas, como la
mujer de sus sueños, invadieron Europa. Ex reinas de ópera,
mezzosopranos nostálgicas, lingüistas e ingenieras vagaban por todas
partes en busca del sueño de occidente y ya se podían comprar en las
agencias matrimoniales.
Pablo organizó unas bodas magnificas y se casó con una ecuatoriana.
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